Aquel Portugal que tanto amé

Pocas semanas después de aquel maravilloso 25 de abril de 1974 unos cuantos compañeros y compañeras de las Juventudes Socialistas de Sevilla, nueve o diez tal vez, en la clandestinidad entonces, conseguimos entrar en Portugal en tres desvencijados coches de segunda mano, un Seat 124, un Simca 1000 y un Citröen dos caballos que por poco no dejamos abandonado a la vuelta cerca de Beja camino de Rosal de la Frontera de lo averiado que estaba. Como decía un compañero, el dos caballos era como Franco «viejo, destartalado y enfermo» pero seguía y seguía haciendo kilómetros y no se sabía si su final estaba cercano o no.

Fuimos a vivir en persona la revolución portuguesa que nos había cogido tan de sorpresa y que empezábamos a soñar también para España. Necesitábamos saber de primera mano qué estaba pasando de verdad sin el filtro de la censura franquista y empezamos sin darnos cuenta a actuar como periodistas -a la vuelta teníamos que contar lo que estaba pasando. Preguntábamos a todo el mundo, a personas que nos cruzábamos por la calle, a los camareros de los bares, a los soldados y marineros que estaban por todas partes. La gran mayoría no tenía formación política alguna, no sabían nada sobre el significado de la mayoría de las palabras que ahora podían pronunciarse en alta voz sin miedo a los chivatos de la dictadura. ¿Socialismo? ¿Comunismo? ¿Democracia? ¿Podían coexistir? ¿Era posible la democracia sin socialismo? ¿El comunismo acabaría otra vez con la libertad? La gente no sabía mucho sobre esos conceptos, pero aún tenía muy vivos los miedos infundidos por la dictadura al comunismo, a la democracia. Pero también percibían que todo aquello traería mejores tiempos, lo que estaba por venir era el progreso. Y el final de las guerras de ultramar, a las que estaban abocados a ir los jóvenes portugueses y tal vez a morir en nombre de un trasnochado y falso patriotismo que pretendía seguir explotando a los pueblos africanos colonizados por Portugal.

Y la vivimos, vaya que sí vivimos aquella hermosa revolución. En aquella ocasión estuvimos en Portugal sólo diez días, fue la primera vez, pero después la visitamos tantas veces que ignoro el número.

El entusiasmo de las primeras semanas ya se había calmado un tanto, ya no se veían tantos claveles como los primeros días, pero pudimos asistir a reuniones improvisadas en plena calle, pequeñas asambleas en las que la gente discutía de política. Eran muy parecidas a las del 15M, pero sin el miedo a la policía. Casi siempre participaban sólo hombres, parecía que las mujeres no contaban mucho en aquella revolución, se las veía en las manifestaciones pero poco en esas asambleas. Las opiniones de ellos eran escuchadas con atención y las de las mujeres parecían esperar tiempos más propicios. Eso cabreaba mucho a nuestras compañeras, amigas o novias, que ya luchaban por la igualdad incluso antes que nosotros, los hombres de la expedición, comprendiéramos muy bien el concepto. Sin embargo, uno de aquellos días vimos en la Praça do Rossio a un hombre y a una mujer, ambos de unos cincuenta años, dirigiendo la palabra a veinte o treinta jóvenes que escuchaban muy interesados lo que aquella pareja decía sobre qué era el comunismo. Por fin veíamos a una mujer hablando con soltura en público y captando la atención respetuosa de los oyentes.

Vimos con inmensa alegría, especialmente mi novia y yo que trabajábamos en un banco, cómo los sindicatos de los bancarios habían colocado pancartas que tapaban el nombre de los diferentes bancos y que rezaban en letras bien grandes: «BANCA NACIONALIZADA».

Vimos a un policía de la PIDE (la policía política del régimen) detenido por miembros del ejército y llevado a empujones y culatazos hacia algún lugar, lo llevaban andando y la gente le insultaba, le gritaba y le escupía a la cara. Enfundado en un traje ya pasado de moda para los gustos españoles, el hombre iba lívido, el miedo clavado en su rostro en una mueca que dibujaba muy bien que no sabía si le esperaba la prisión o un linchamiento inminente. Aunque también me pareció verle un gesto de desprecio hacia la chusma que le imprecaba. Pero al final de la calle les esperaba un coche que seguramente le llevaría a un cuartel ya que la policía apenas se veía por las calles. La calle era del ejército revolucionario y del pueblo.

Apenas vimos otra escena violenta como aquella, sólo discusiones acaloradas, algunas cercanas al enfrentamiento físico. Curiosamente, esas peleas dialécticas se producían entre distintas formaciones de izquierda, la derecha aún se escondía. No había polémica derecha/izquierda, eran enfrentamientos izquierda/izquierda. En fin, esa tradición cainita tan ejercida por todas las izquierdas del mundo. Se veía el gran peso del PCP, algo menos del PSP y a mucha distancia un numeroso grupo de pequeños partidos de tendencia trotskista o maoísta, disidentes comunistas, socialdemócratas, socialistas revolucionarios, entre los que destacaba el MES, el Movimiento de Esquerda Socialista, el de más presencia tras los grandes de la izquierda.

En realidad, lo que se palpaba, además de la inquietud propia de tiempos tan confusos -nadie sabía en qué iba a acabar aquella revolución- era la sensación que tenía la gente de haberse quitado de encima una loza tan pesada como había sido la dictadura de Oliveira Salazar y Marcelo Caetano durante cincuenta años. Se percibía, tanto como el temor a un futuro incierto -hasta entonces el futuro cierto había sido la continuidad de la dictadura- la esperanza de un futuro mejor que dejara atrás el aislamiento de Portugal en Europa, no sé si peor que el de España, el fin de las guerras coloniales y la vuelta de los jóvenes soldados para incorporarse a la construcción de la democracia.

Recuerdo cómo la gente nos preguntaba qué hacíamos allí aquellos españoles tan repentinamente interesados en su país, teniendo en cuenta el tradicional desprecio de los españoles hacia Portugal, qué nos importaba a nosotros aquella revolución. Algunos, más amables, bromeaban y nos decían que lo que queríamos era una revolución como la portuguesa en España, que envidiábamos su revolución. Por fin unos españoles admiraban y querían algo de Portugal. Aquello les gustaba, vernos allí embobados ante la ruptura democrática que se había producido en la historia portuguesa y que deseábamos, sin muchas esperanzas, ver realizada en la española.

Vimos muchas más cosas, vivimos muchas anécdotas como las narradas, tantas que es imposible relatarlas aquí, ni siquiera un resumen cabría sin exceder las posibilidades de este post. Hicimos muchas fotos, varios carretes en blanco y negro y en color, cuyos negativos se han debido perder en algún cajón o en alguna mudanza. Pero lo vivido aquellos días permanece en nuestra memoria en forma de imágenes, sonidos e incluso olores tan nítidos como lo fueron en aquella realidad pasada. Visitamos las sedes improvisadas del PCP, del PSP y del MES. Y descubrimos que nos encantaba la comida portuguesa y lo barata que resultaba para nuestros bolsillos españoles. Durante los años siguientes también descubrimos la música portuguesa, no sólo el fado y nos hicimos incondicionales de Pessoa. Y también supimos qué se sentía al ir al cine a ver películas sin censura y cuyas butacas incluían un cenicero incrustado en sus brazos porque se podía fumar dentro.

Joder, cómo amé aquella revolución, aquella explosión de libertad, aquel país y la calidez de aquella gente que tanto me recordaba a la de la España de mi niñez. Desde entonces he vuelto muchas, muchas veces a aquel Portugal que tanto amé y sigo amando, a aquel país que nos llenó de esperanza, que nos hizo soñar y saber que la libertad para España estaba a la vuelta de la esquina, que ya, de alguna manera, era irreversible su llegada.

Hoy, todos aquellos sueños, la Revolución de los Claveles y nuestra Transición a la democracia parecen esfuerzos baldíos, sueños imposibles que no se han cumplido a la vista de cómo el capitalismo salvaje trata a los pueblos y naciones pobres de Europa. Pero no es así. La fuerza, el pozo de enseñanzas que dejó en el pueblo portugués su hermosa revolución, hará que de nuevo los hombres y mujeres de Portugal se hagan con su destino. Y en España, donde parece que el pueblo se ha rendido, donde parece que reinen la desidia y el convencimiento de la derrota, también renacerá la fuerza popular y la idea de recobrar la democracia pero esta vez sin el peso de las facturas que el pueblo tuvo que pagar en la Transición.

¿A que parece una ingenuidad, una tontería de soñador impenitente esto que acabo de escribir? ¿Por qué estoy tan seguro? Porque en aquellos años, 1974 en Portugal y 1975 en España, nadie daba un duro, ni soñaba siquiera en lo pronto que iban a cambiar las cosas. Y eso es lo que va ocurrir ahora porque el poder político y el económico nunca ven venir los cambios profundos que se gestan en las retaguardias de los pueblos. Hay infinidad de pruebas históricas, sin ir más lejos ahí están la Revolución Francesa o la propia Revolución de los Claveles. ¿Quién le pudo anticipar a los opresores de entonces que en poco tiempo sus cabezas rodarían por los suelos de las plazas ocupadas por el pueblo? ¿Quién avisó a Caetano y sus secuaces el día antes del 25 de abril que en menos de 48 horas estarían exiliados de Portugal y que su inmenso poder se había esfumado? Pues eso.

Manolo Peñalosa